Si consideramos la disrupción digital, climática, política, económica, social y los cada vez más habituales shock globales como frecuencias de sonido aisladas que nos afectan de manera independiente, reaccionando a cada estímulo de manera particular, no estamos haciendo otra cosa que responder de manera desarticulada. En el fondo, es como si estuviéramos esperando a que vuelva un “nuevo silencio” – el silencio de la “normalidad” – y apostando a que la duración de este mutismo sea lo más prolongada posible, antes de que otra frecuencia disruptiva nos sacuda.
Desde la quietud de estos días, he podido apreciar que estas frecuencias que nos asaltan de manera cada vez más reiterativa, no son notas de sonido aisladas, sino frecuencias resonantes entre sí que forman una textura sonora compleja y potente, donde si escuchamos bien podemos reconocer un acorde y finalmente una canción. Estamos siendo oyentes del soundtrack del ocaso del orden y las estructuras del siglo XX y la irrupción de los primeros acordes que marcan las nuevas estructuras y paradigmas del siglo XXI en los ámbitos social, cultural, económico, y político.
Si en gran parte siglo XX vivimos en un entorno de solidez estructural y certidumbre en torno a las herramientas necesarias para consolidar el progreso social, político y económico, el siglo XXI será la era de la modernidad líquida y de la inteligencia distribuida necesaria para lidiar con un escenario donde la incertidumbre y el cambio permanente son la constante. El desafío político y económico que enfrenta la sociedad, no pasa por responder a la pregunta de cómo volver a la normalidad post crisis, sino por imaginar cómo decantamos y damos sentido a estos nuevos acordes (que a primera escucha son disonantes y caóticos) y aceptar el desafío mayor de empezar a construir y diseñar la orgánica social, política y económica del siglo XXI.
Bajo esta perspectiva, las empresas – como una de las entidades responsables del progreso de la sociedad – deben ser capaces de despojarse de una vez por todas de los tradicionales paradigmas del desarrollo de negocios del siglo XX tales como la escala, el liderazgo, la verticalidad, el centralismo y el control (por nombrar algunos rasgos comunes en el quehacer y estrategia de las empresas) y abrazar nuevos modelos de negocio y organización cuya génesis estén determinada por conceptos como la ubicuidad, la colaboración, la distribución del poder y la interacción constante con diversos ecosistemas, saberes y paradigmas.
Este es el momento para dejar morir a la empresa del siglo XX, escuchar con respeto su Requiem, y agradecer en su epitafio todo lo que nos dio en su momento. Luego, sin llorar por la pérdida, debemos poner nuestras energías en gestar la nueva empresa del siglo XXI: resiliente, ágil, abierta y conectada con su entorno, comprometida con la sociedad, preparada para navegar en un mundo en cuyo ethos resuena el atractivo sonido de la incertidumbre.
Diego Uribe / Partner IDEMAX