En el último tiempo hemos sido testigos de cancelaciones a actores políticos y sociales, instituciones, minorías étnicas o migrantes, incluso hay dibujos animados que han sido borrados (pobre Pepe le Pew), infladas por los vientos de intolerancia al derecho a disentir y defender ideas distintas a las que sostienen las mayorías (o a los grupos que se arrogan la voz de las mayorías), o quienes creen ser los llamados a decidir qué es lo correcto.
Hoy vemos cómo una candidata a alcaldesa es públicamente desautorizada y deslegitimada por la misma coalición que la postuló por no ceñirse de manera estricta a los “mandamientos” de sus líderes, mientras otra mujer - que decide hacer caso a sus convicciones en lugar de ser otra oveja obediente del rebaño que le ha sido asignado por su cuna o su pasado político – es fustigada en RRSS y medios por sus ex amigos y aliados.
Creo que estamos acostumbrándonos demasiado rápido a catalogar y encasillar a la gente de acuerdo a prejuicios e inducciones erróneas. (reflejo de poca vida interior, como diría un viejo amigo) Los sesgos cognitivos -el populismo, sensacionalismo, racismo, sexismo, la generalización apresurada, etc. – crean estereotipos y suelen derivar en diálogo de sordos, donde no hay evidencia alguna capaz de minar las convicciones de lado y lado, pues el objetivo irrenunciable es imponerse al otro, aunque sea por la fuerza.
Esto es grave y quienes estamos por el fomento del diálogo civilizado y la búsqueda de acuerdos en un marco de respeto por el otro y por nuestras instituciones, debemos seguir insistiendo en la tarea de construir puentes, misión que a veces es ingrata pero necesaria.
Me gustó lo que planteó Carolina Tohá en una columna reciente, donde propone una idea que es válida para todos, políticos y empresarios: “desactivar las malas ideas con ideas mejores, que funcionen y convenzan, que hagan sentido a la ciudadanía y enfrenten los problemas en su profundidad”. Esto no se logra repitiendo consignas como loros o silenciando a quien no se ciñe a nuestro credo, sino dialogando e iterando con respeto, argumentos, evidencia, pero también con empatía (sobre todo por quienes sufren más), la que parte por reconocer que las ideas del otro son tan válidas como las mías.
Para esto es clave desmontar los sesgos, lo que se logra al contar con entornos más diversos y participativos, y propiciar que cada vez haya una representación más diversa e inclusiva en nuestros gobiernos, instituciones y organizaciones públicas y privadas. Solo así lograremos la riqueza cultural que permitirá fortalecer nuestra democracia y bienestar de cara al siglo XXI.