A medida que fuimos creciendo, la biblioteca y la enciclopedia pasaron a ser las fuentes a las cuales recurrimos en búsqueda de ese conocimiento, los libros fueron nuestros grandes aliados para echar a volar la imaginación y descubrir mundos nuevos. Luego, con la llegada de internet, el acceso a la información auguraba una democratización del conocimiento, la oportunidad para que la humanidad completa diera un salto, derribando las barreras del aprendizaje, dando origen a una sociedad informada, atenta y más conectada.
Nos imaginábamos un mundo lleno de exploradores cibernéticos, que con solo un click podrían asomarse a las sonatas de Bach, las películas de Kurosawa, los dibujos sobre anatomía de Leonardo, ¿acaso eso no nos haría libres, creadores de nuevos escenarios y soluciones?
Lamentablemente ese sueño no cristalizó cómo queríamos. Hoy la percepción personal es mucho más valorada que la razón y los datos, y muchos han dejado de confiar en el conocimiento técnico y vemos cómo las emociones, el ego o la necesidad de ganar adeptos, nos lleva a ignorar las evidencias para la buena toma de decisiones. En las redes proliferan las noticias falsas, las cifras tendenciosas y manipuladas, ya nadie busca la fuente, como autómatas compartimos memes y videos, sin siquiera detenernos a reflexionar sobre su veracidad. En estos tiempos, disentir con argumentos técnicos te transforma en un tecnócrata sin sentimientos, mientras quienes ven el mundo solo a través de datos y cifras, tampoco son capaces de ver el cuadro completo. Pero entonces, ¿cómo atacamos esta pugna entre la data y la percepción?
Creo que la respuesta está en el corazón, en no dejarnos abatir y empezar a operar con una lógica de empatía informada. No dejemos morir al científico que llevamos dentro, colaboremos al usar los datos y cifras de forma responsable y no perdamos la capacidad más humana de todas, mirarnos a los ojos y tener conversaciones donde reconozcamos el aporte de las diferencias y la posibilidad de construir mejores futuros si ampliamos nuestra mirada. Solo así podremos recuperar esa curiosidad y ansias de aprender propias de la infancia, las ganas de descubrir una verdad, que no es absoluta, pero sí estructurada con evidencias.
Rosario Navarro Betteley I Partner IDEMAX Business Consulting